Quince partidos sin lograr una victoria en el Atanasio frente a Nacional teníamos antes del miércoles. Habíamos acumulado cuatro empates y once derrotas.
Antes del juego el optimismo no era mucho derivado de lo liviano del plantel y lo esporádico de su fútbol, eso sí, a cada partido, por lo menos por mi lado y sin pretender defender lo indefendible, salimos con la misma ilusión, la del corazón, la del deseo y pensaba que, por esas cosas de la vida, tal vez podríamos romper esa racha.
Lo tuvimos. Dinenno a los dos minutos, Palavecino a los once… un dos a cero a favor con un rival confundido, perdido y disminuido. Tuvimos para liquidarlos, para hacerles los goles que nos hicieron falta en otras instancias, tuvimos para cantar “y va el tercero” y seguir con el “eso en cuatro no se ve”, pero no, la suerte, la definición, la inoperancia, la inexperiencia y demás factores no nos permitieron aumentar la ventaja, por el contrario, un rebote mal cubierto y el verdolaga facturó y cobró el descuento antes del cierre de la primera mitad.
El temor, las miradas cambiaron, el brillo de los ojos se fue apagando. Recién vimos lo mejor de Pusineri con el Deportivo Cali, hicimos un gran partido, con garra, apretando, corriendo y sin embargo la recompensa fue poca.
Segundo tiempo. El equipo se sintió pesado, sacábamos balones como podíamos a un Nacional que se fue encima como es su deber de local. Defendimos bien, Rosero y DiLorenzi haciendo lo suyo, Mina en lo de él. Angulo mejoró. Pero en una bola quieta, un estéril tiro de esquina se convirtió en el empate del local, empate tras ir dos goles arriba controlando el partido.
No hubo tiempo, ni reacción, ni fútbol, ni pulmón, ni memoria, ni nada que nos pusiera de frente al arco para desbalancear de nuevo el resultado y ponerlo a favor. Se queda uno pensando en qué es eso que cambia tanto de un tiempo a otro, en qué momento se pierde la “chispa” y el ímpetu se convierte en esa asquerosa sensación helada de no tener sangre por las venas ni para llenar de vergüenza una cara.
Obviamente la hinchada revienta en sus escenarios. Unos ven el vaso medio lleno: se jugo mejor; otros ven el vaso medio vacío: a duras penas llegaremos a los ocho. Otros revientan el vaso contra el suelo: no tenemos nada, nos armaron un equipito.
Prefiero ver el vaso medio lleno, así a bilis se te atragante en la traquea, el Deportivo Cali jugó mejor, sí hay individualidades que no funcionan, elementos que no deben considerarse en la titular y pulmones que desafortunadamente no dan los 90 minutos, pero en lo colectivo, en funcionamiento, en desarrollo de juego lo visto en el Atanasio fue mejor que otros juegos, esperemos regularidad con eso y justicia deportiva para devolver a la banca a los que deben estar en ella no por un tema de gusto o disgusto personal sino simplemente porque cuando van al campo no pelean por el puesto.
Seguimos sumando poco y con un discurso enredado y enredador desde la cabeza del plantel. Las fechas transcurren y urge ajustar más allá de la promesa de hacerlo, de la excusa de estar nuevo o de la justificación en lo financiero. Viejo, somos Deportivo Cali y si no lo sabías, tenemos una historia, una tradición y una marca que debemos cuidar, honrar y hacer respetar, por eso las palabras sobran cuando la acción sigue desaparecida entre un muy bonito verso, de ese que encandelilla a cierta prensa y que enamora con su acentito del sur, pero que no convence a quienes vemos el fútbol con los ojos, el alma y la razón.
Yo de fútbol no tengo ni idea, la sabiduría se la dejo a los comentaristas y a los sabiondos de las redes sociales, yo solo sé que, y en esto es poco probable que me equivoque, que la matemática se está complicando, que las probabilidades disminuyen, que el margen de error se hace estrecho y que mas puntos después de la fecha 20 no nos van a dar, así que es deber ir a sumar y sumar.
Completamos 16 partidos sin ganar en el Atanasio a Nacional, este último molesta porque era nuestro, pero en el fondo te queda la sensación de que hay algo mas y que mas temprano que tarde se verá y ojalá no solo en la cancha, sino en la tabla.
Viene el juego frente Alianza en Barranca para cerrar marzo recibiendo al Cúcuta en casa… ¿Seis de seis? Por su puesto, “a mi entender” sí, es el deber, sin justificaciones, sin excusas, sin nada diferente a meterla cuando haya que meterla y no dejarla entrar bajo ninguna circunstancia. Se puede, con voluntad.
Nos vemos en el estadio, nos leemos por acá.
*Foto: ESPN.com.co