“La madre, estamos embrujados”, así dijo uno de mis contertulios de alguno de los grupos por WhatsApp en donde hablamos del Deportivo Cali, “esto que nos pasa no es normal” decía maldiciendo la falta de suerte de los dirigidos por el profe Pinto recordando cada gol errado, cada penal dilapidado y cada momento clave que se perdió en el infortunio, todo esto mientras seguimos acumulando empates, mientras los puntos se hacen cada vez más complejos como necesarios.

Particularmente no creo en brujas, de que las hay, las hay, claro, pero no creo en ellas, sí en las bendiciones de Dios y en el compartir energético de las causas comunes y las intenciones. Energía que fluye para propósitos elevados, energía que se agota en el club de nuestros amores al que una sombra de marcado -y alimentado desde micrófonos y tintas- pesimismo, que, aunque atado a la realidad que no es la mejor, solo genera nerviosismo y mucha reocupación, obvio, es el sentimiento de muchos, de quienes el Cali nos duele como si fuera un padre o un hermano, aunque, como en todo, también están los que se frotan las manos, sonríen socarronamente y esperan que éste presente termine siendo el futuro que desean, el peor para el Glorioso, el mejor para su vanidad y ego.

Hace unos partidos atrás el profe Pinto se cuestionó en voz alta acerca del qué hacer, marcado por la impotencia propia de quien trabaja con disciplina y compromiso, pero que ve que todo lo planificado se viene al piso por una mala decisión en el campo, una mala entrega, un correr sin sentido, una desatención o un exceso de confianza. ¿Qué culpa tiene el profe que no sepamos parar un balón o que al centrar busquemos receptores en la tribuna y no en el campo?

Calma, no es excusa, no es justificación. Al profe también se le van las luces, y los puntos, por determinaciones que solo él entiende y que, como lo ha expuesto en las ruedas de prensa, es su pensamiento y responsabilidad. Cambios que no van, jugadores que no suman, lecturas imprecisas de momentos de juego y confusión, mas en un plantel joven corto y sin un verdadero líder dentro de la cancha a quien estos pelaos, los jugadores, puedan mirar y desde sus ojos salga un mensaje de “tranquilos, vamos que se puede” uno que llame al orden a Vásquez cuando decida, como siempre, jugar para él o que le exija a Tello meter como si su vida dependiera de ello, e, incluso, pueda corregir un cambio del profe o invitarlo a no hacerlo.

Los puntos no se pueden seguir escapando, el margen es cada vez menor. La tabla acosa, el futuro acosa, el presente es denso, pero podemos levantar, es difícil pedir que se crea en aquello que no vemos, por supuesto y más si lo que vemos, con las asistencias a la cancha llenas de fidelidad y lo que observamos por la televisión, es poco, pobre y genera más dudas que certezas.

Hay algo que es cierto, además de la preocupación latente y es el que aquí estamos como hinchas y seguidores de nuestro primer amor. Eso no nos lo han podido arrebatar del todo y aunque seamos los mismos de siempre a la espera de los que se acercan cuando los resultados los atraen o el partido es un evento social, somos lo que somos y lo que hacemos grande al club que, aunque sufre, cuenta con nosotros, con nuestra energía, ojalá se pueda enfocar para contrarrestar esa “brujería”, para que los jugadores nerviosos sean los rivales, no los nuestros y para que el profe logre la claridad que le permita saber qué hacer y cómo hacerlo. Confiar, creer y seguir.

Vamos Cali, hasta el final, la realidad la conocemos, el futuro lo haremos un partido a la vez, sumando de a tres y pasando cada día entregados por lo que nos une: la camiseta verdiblanca, el escudo y el club. Somos Deportivo Cali, no lo olvidemos.

Nos vemos en el estadio, nos leemos por acá.

*Foto: archivo particular,